Jorge Zepeda Patterson - Milenio
Es comprensible que la agenda de buena parte del planeta consista en capear el temporal desatado por Donald Trump. La súbita política proteccionista de la Casa Blanca, contraria al libre comercio, trastoca el modelo al que se había entregado el mundo desde hace 40 años, empujado justamente por el país que ahora lo torpedea.
El coro de lamentos que hoy provocan las agresiones comerciales y verbales de Trump podrían llevar a pensar que él es la fuente primaria de los problemas que nos aquejan; o que bastaría regresar al momento previo y neutralizar de alguna manera la anomalía o variable “Trump” para salir de esta pesadilla.
En el fondo, Trump es un síntoma de algo mucho más grave. Las excentricidades del neoyorquino simplemente aceleran el impacto de un problema de fondo. La globalización habría entrado en crisis con Trump o sin él. El Occidente y buena parte del mundo crecieron de manera significativa a partir de los ochenta y noventa, luego de la apertura de los mercados. Pero el proceso se fue debilitando hasta culminar en la crisis de 2008; posteriormente y con pequeños altibajos, la economía mundial entró en una fase de agotamiento con tasas que apenas superan el estancamiento.

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