Rolando Cordera Campos - Periódico La Jornada
Ingeniosos, como presumimos ser los mexicanos, hemos aportado a las reglas de operación de la democracia la figura de la tómbola; curioso método que apela a los caprichos de los dioses del azar. Además, para que no haya duda de nuestro ingenio, la inauguramos precisamente en los dominios de las leyes y la indispensable impartición de justicia. En el Senado de la República donde todo se ha vuelto hazaña histórica.
“El día de ayer, escribe Enrique Quintana (“La justicia se fue a… la tómbola”, El Financiero, 12/10), tuvimos uno de esos episodios que darán vergüenza (…) En una tómbola se seleccionaron los jueces y magistrados (…) (con cargo al) azar para determinar quién conserva su trabajo (…) Igualmente, resulta incoherente que se piense que este proceso es un remedio contra la corrupción”.
Por lo visto y oído, la multicitada reforma judicial tiene que ver más con muchas confusiones y desorden mental en las alturas y menos con el afán de hacer de la justicia una práctica cotidiana en nuestra violenta realidad. Ni la reforma es resultado del mandato popular del 2 de junio, como una y otra vez se nos reitera, ni la credibilidad, el buen funcionamiento, la lucha contra la impunidad y la aplicación pronta y oportuna de las leyes puede derivarse de … una tómbola. Tampoco, que se sepa, hay evidencias claras de que la elección popular sea garantía de respetabilidad o de capacidad.
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