Rolando Cordera Campos - Periódico La Jornada
En el mundo mexicano de ayer, el problema era la desconfianza de los actores políticos en relación con sus acuerdos y sobre todo con un poder público que insistía en presentarse como omnipotente. Todo eso acabó con las crecientes dificultades que el credo globalizador y su postulación de la democracia representativa y los derechos humanos, como nueva manera de gobernarnos una vez resuelta la bipolaridad de la guerra fría, le planteaba a dicha forma de gobernar. Como lo postulaba el reclamo democrático creciente.
Aquella desconfianza pasó a retiro, pero ahora vuelve por sus fueros, merced a los métodos impuestos por la Cuarta T; hoy, más que desconfianza en el acuerdo, priva el rechazo a establecer acuerdos. Desde el poder se nos ha mostrado que no vale la pena creer en ellos y, muchos, simplemente los consideran irrelevantes, despojados de toda eficacia política.
Podemos hacernos eco de quienes dicen que tener un Congreso abusivo y una oposición ausente, debilita al Estado y a la propia democracia; asimismo, podemos coincidir con quienes advierten sobre el arribo tumultuario de quienes enarbolan al mando único para luego contar con una democracia auténtica, tal y como hoy se nos dice al querer justificar el golpe al Poder Judicial. Lo que se conforma y confirma, como una degradación de la política, es que seguimos rindiendo pleitesía a formas de intercambio político que en un ayer no muy lejano, muchos decíamos reprobar.
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