- A los 70 años, el líder indiscutible de la izquierda mexicana y uno de los políticos más influyentes de América Latina se retira. EL PAÍS reconstruye su historia desde su infancia hasta su huracanado paso por la política, primero como opositor y luego como el presidente más popular a lomos de un partido, Morena, con el que ha logrado controlar casi todos los resortes del poder
Zedryk Raziel - David Marcial Pérez - México - El País
Tiene la camisa manchada de sangre por un porrazo que un militar le ha dado en la cabeza. Es 1996. Un Andrés Manuel López Obrador de 42 años lidera una protesta de cientos de personas —en su mayoría indígenas chontales de Tabasco— contra la privatización de las plantas petroquímicas de Pemex, una política que impulsa el presidente priista Ernesto Zedillo. El suelo es fangoso. El calor tropical hace que la ropa se pegue a la piel. Los mosquitos son feroces. Tras romper con el PRI, López Obrador es una figura en ascenso en el PRD, la izquierda mexicana. Se coloca al frente de la marcha, asediada por policías y militares.
—Muéstreme la orden judicial para el desalojo —pide ingenuamente al hombre recio que comanda el operativo.
No hay respuesta. Los manifestantes comienzan a entonar el himno nacional. Algunos helicópteros sobrevuelan la zona. A bordo van los jefes del Cisen, la policía política del PRI, que lleva varios años siguiendo los pasos de López Obrador, considerado un comunista. Desde los helicópteros se ordena avanzar con escudos y porras sobre los manifestantes. Es el momento del porrazo y la sangre por la camisa. Muchos años después, en su último libro, ¡Gracias!, López Obrador cuenta un detalle que, asegura, nunca había dicho, quizá por pudor. “Cuando se nos lanzaron, con los empujones se me estaba saliendo un zapato y me dije: ‘Como líder, no puedo salir descalzo de esta refriega; todo menos la humillación y el ridículo’, de modo que me agaché para acomodarme el zapato, y en ese preciso momento un soldado me dio el golpe que me abrió la cabeza”. Todo por un zapato. Todo por no mostrarse desaliñado.
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