- La adscripción de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional es el reconocimiento de la ineficacia de la ética contemplativa para resolver problemas reales
Vanessa Romero Rocha - El País
En un lugar de Latinoamérica, de cuyo nombre no quiero acordarme, dos figuras sostienen una feroz contienda: Alonso Quijano, el flaco soñador en armadura, encara a su fiel —y realista— escudero.
La añeja batalla entre la ineficacia de los ideales y la dureza de la realidad no es ficticia. Ha nacido en carne y hueso al sur del continente. Chile, Brasil, Argentina, Uruguay y México —por mencionar algunos— debaten si sus Fuerzas Armadas deben asumir tareas de seguridad interior. Sin enemigos externos a la vista, el alargado Quijote busca confinar a su ejército entre cuatro paredes. El pragmático Sancho, le ordena marchar.
Andrés Manuel López Obrador fue, alguna vez, ese ingenioso hidalgo. “¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso”. —No es con el ejército como se resolverán los problemas de inseguridad y violencia —decía en sus tiempos de opositor. Inspirado en la enseñanza juarista, AMLO prometía regresar a los militares a los cuarteles.
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