Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto - Expreso
La historia del presidencialismo mexicano está llena de personajes que, en sus días de poder y gloria fueron amados, venerados o sólo adulados por los mexicanos; pero apenas se quitaron la banda presidencial y volvieron a su vida cotidiana, terminaron convertidos en villanos, ya sea por sus sucesores, por venganzas políticas o porque en la idiosincrasia de los mexicanos se practica por igual la adoración y el culto al gran Tlatoani mientras ocupa el cargo, que el desprecio, el vilipendio y el escarnio para los que ya dejaron el poder.
Los ejemplos sobran y abarcan apellidos como López de Santa Anna, Iturbide, Porfirio Díaz, Carranza, Calles, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, Salinas, Fox, Calderón o Peña Nieto. A cada uno de ellos, en su momento, los grupos de poder y muchos sectores sociales los alabaron con elogios como "salvadores de la Patria", "impulsores del progreso", "benefactores y prohombres", "líderes del tercer mundo", "cultos y deportistas", "modernizadores de México", "agentes del cambio", "valientes contra el narco", "nuevos rostros de la política" y demás adulaciones con las que, mientras estuvieron en la silla, les endulzaban el ego y las vanidades.
A muchos de esos presidentes les sucedió que, los mismos que los elogiaban y se deshacían en adjetivos y calificativos cuando tenían el poder, después se convirtieron en sus peores críticos, detractores y hasta persecutores. Y en la lógica de los ciclos presidenciales, en la que se ha movido la historia de este país, la mayoría de los expresidentes terminaron no sólo alejados, exiliados o confrontados por sus sucesores -a los que ellos mismos eligieron- sino también fueron presas del escarnio público con campañas, a veces inducidas y otras ganadas a pulso, en la que la vox populi, que se volvió vox dei, terminó apestándolos a ellos, a sus familias y amigos empresarios y políticos.
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