- A partir de ya, la única ventanilla que tendría Ken Salazar en el gobierno de Claudia Sheinbaum sería con la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Raymundo Riva Palacio - El Financiero
Los días de Ken Salazar como embajador de Estados Unidos en México están contados después del coletazo que le dio la semana pasada la presidenta Claudia Sheinbaum. Al levantarle el castigo simbólico que le había puesto su antecesor por las críticas a la reforma judicial, le aplicó una pena de verdad: a partir de ya, la única ventanilla que tendría Salazar en el gobierno sería con la Secretaría de Relaciones Exteriores. Le cerró la interlocución con las diferentes esferas de la administración y estableció que la única comunicación que podría tener su gobierno con México sería a través de la Cancillería. ¿Alguien le habrá explicado a Sheinbaum lo que significaría? O ¿fue una decisión donde los únicos a quienes perjudicó fueron Salazar y su enlace con el expresidente Andrés Manuel López Obrador?
La decisión estuvo acompañada de un innecesario recargón político. Lo mismo podría haber hecho en privado y quedarse en el mensaje que le transmitió la víspera del anuncio el canciller, Juan Ramón de la Fuente, y reforzado por el embajador Esteban Moctezuma, para informar al Departamento de Estado las nuevas reglas. Si no hubo intención de humillar a Salazar, eso pareció con la decisión de Sheinbaum de mandar al ostracismo al embajador que fue cortesano con López Obrador y su gestor en Washington, que tenía derecho de picaporte en Palacio Nacional y le dio muchas horas extra de relación acrítica con la Casa Blanca.
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