Por periodistasdigitales
Arturo Reyes Isidoro
A inicios de la semana pasada dejé pendiente el último comentario del tema que titulé: “De Duarte a Cuitláhuac o cómo arrastrar la investidura hasta el suelo”. Ahora lo concluyo.
En resumen, dije en dos comentarios anteriores que, a ocho años de distancia, viendo el comportamiento impropio para su investidura con el que se ha conducido durante su mandato el gobernador Cuitláhuac García Jiménez, creo que me ahogaba en un vaso de agua cuando critiqué por el mismo motivo al entonces gobernador Javier Duarte.
Del priista, hoy en prisión, critiqué la desfachatez con la que se vestía y le faltaba al respeto a su investidura. Creo que por eso dio motivo a que al final de su gobierno todos le faltaran al respeto como gobernador y fuera tema de burlas en los cafés del puerto de Veracruz.
Cuitláhuac arrastró más abajo la investidura: actuó con insolencia y sin ningún recato se presentó en público hecho un verdadero esperpento, ya disfrazado de catrín, ya enmascarado de santero presidiendo un desfile de día de muertos, y lo mismo de pintor de casas que de peón haciendo faenas, desbrozando maleza, algo a lo que nunca se atrevió su mentor político Andrés Manuel López Obrador.
Acaso le fue imposible demarcar su persona, sus gustos y creencias personales, de la figura de gobernador, porque la última máscara que usó el 30 de octubre pasado en el desfile con motivo del Festival de Día de Muertos, tenía una significación especial para él y tal vez mostraba su tendencia a ser santero. La máscara era la de Babalu o Babalawo, el “Padre de los secretos o misterios” o “Padre, señor de la tierra”, en Yoruba. Con ella disfrazado se presentó y presidió el desfile.

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