Lorenzo Meyer - Diario de Yucatán
En 1963 México tuvo una entrada poco afortunada al mundo del estudio del entonces novedoso concepto de “cultura cívica”. Y fue en el libro de Gabriel Almond y Sidney Verba del mismo título. Ahí los autores usaron el concepto para comparar a cinco países —Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Italia y México— y obviamente no salimos bien parados en tan ilustre grupo. Nuestra cultura política fue expuesta como ejemplo de la propia de súbditos y no de ciudadanos participativos.
Pero ¿qué es la cultura política? Definiciones sobran. Para Verba es “el sistema de creencias empíricas, expresiones simbólicas y valores que definen la situación en la cual tiene lugar la acción política” (Political Culture and Political Development, 1965). Más contemporánea es la de Roberto Varela: “conjunto de signos y símbolos compartidos (transmiten conocimientos e información, portan valoraciones, suscitan sentimientos y emociones, expresan ilusiones y utopías) que afectan y dan significado a las estructuras de poder” (Cultura y poder, 2005: 166). Esa cultura puede variar según la clase o grupo social y cambiar con el tiempo.
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