lunes, 25 de mayo de 2009

RECESIÓN O CRISIS ESTRUCTURAL

Guillermo Knochenhauer
Agustín Carstens, secretario de hacienda distinguido por su propia confesión de que lo sorprendió la profundidad de la crisis, acaba de decir que la recuperación económica será franca en 2010 (El Financiero 20/05/2009). Otra vez está dejando de percibir las características de la situación y confunde esta crisis con una mera recesión. De las recesiones cíclicas se sale en uno o dos años, pero ésta no es una recesión clásica.
Se le ha comparado con la de 1929, no tanto por su profundidad sino porque las causas de origen son las mismas: aquella y ésta son crisis de sobreproducción, también conocidas como crisis de sobrecapacidad productiva en relación a la capacidad de consumo de los mercados.
La crisis de 1929 provocó cambios profundos en las concepciones sobre el Estado, los mercados y el desarrollo social que se materializaron en políticas públicas articuladas en lo que se conoció como New Deal en Estados Unidos, el Estado benefactor en Europa, la economía mixta en gran parte de América Latina, destacadamente en México. El común denominador fue la ampliación de las clases medias mediante acciones de Estado en su papel responsable de la equidad del desarrollo.
Las medidas que se han adoptado para afrontar la actual crisis, que manifestó sus primeros síntomas desde la década de 1970, han pasado por tres etapas: la reestructuración neoliberal a cargo del reaganismo y del thatcherismo de los años de 1980, consistente en incentivos a la acumulación de capital con la idea de reanimar sus inversiones. Esa estrategia incluyó la disminución de la masa salarial en los países ricos lo cual, por supuesto, contribuyó a reducir los mercados y a ampliar su brecha con la capacidad de producir autos y cuanta mercancía genere la planta productiva del mundo.
La segunda etapa consistió en la apertura de países como México a los flujos de inversión y de mercancías; es el famoso consenso de Washington de los años 90 que impuso diez medidas conocidas como las tres “D”: desregulación, desestatización de empresas públicas y desprotección comercial. Ello abrió las puertas de nuestros países a las inversiones trasnacionales, a la desnacionalización de la planta productiva y a las importaciones mercantiles. En México la apertura se comprometió regionalmente con el TLCAN de 1994.
Esa estrategia le abrió nuevos espacios –privados y públicos- en varios países del mundo a los capitales tecnológica y financieramente más fuertes, a costa de la desaparición de empresas menos eficientes y de sus empleos. El mercado, considerado globalmente, siguió encogiéndose.
Lo que hoy estamos viviendo es el estallido de la tercera medida ideada ante la capacidad productiva excedente en relación a la solvencia de los mercados; consistió en la dispersión de créditos sin ton ni en Estados Unidos para elevar la capacidad de compra de los consumidores.
Por supuesto, ningún país podrá salir de esta crisis con las políticas y estrategias anteriores a 2008; como en 1929, se requiere reestructurar las relaciones del Estado con los mercados y con la sociedad, e igual que entonces, revertir la concentración de la riqueza y establecer bases para un desarrollo más equitativo.
De hecho, la declaración de la reunión de jefes de estado y de gobierno del Grupo de los 20, que tuvo lugar en Londres el 20 de abril pasado y a la que, por cierto, asistió Felipe Calderón, comienza diciendo en su segundo párrafo: “Arrancamos de la idea de que la prosperidad es indivisible; que el crecimiento, para ser sustentable, tiene que ser compartido”.
Claro que una cosa es la declaración política y otra lo que falta para hacerla realidad, pero indica que en Estados Unidos con la elección de Barack Obama, en Europa, Asia y América Latina hay quien entiende que el desarrollo tiene que ser más equitativo y que se tiene que rehacer la regulación de los mercados. También hay oposición, la de las oligarquías que gobernaron durante el último cuarto de siglo y aún gobiernan en muchos países para su exclusivo beneficio.
Ante todo esto, tenemos un gobierno en México que se conforma con esperar que llegue la recuperación estadounidense para que empiece la nuestra. Carstens, en Nueva York, remitió sus previsiones optimistas sobre la economía mexicana a los signos de recuperación que ve en Estados Unidos. Nada tuvo qué decir de iniciativas propias del gobierno o de los partidos políticos para reorientar los principios del desarrollo y rehacer las bases de la económica. Aún no entran en el debate de esos asuntos.
knochenhauer@prodigy.net.mx

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