jueves, 28 de mayo de 2009

LA BANCA REMENDADA


La banca fracasó como industria. Los bancos deberían financiar negocios y consumidores de manera eficiente; en cambio, otorgaron créditos a cualquiera que se los pidió. Los bancos deberían obtener ganancias por manejar el riesgo de transformar la deuda a corto plazo en préstamos a largo plazo; sin embargo, ese riesgo los arruinó. Deberían haber acelerado el flujo del crédito hacia las economías; en cambio, acabaron por bloquearlo.
El costo de este fracaso es enorme. Los frenéticos esfuerzos de los gobiernos por salvar sus sistemas financieros y mantener a flote sus economías ocasionarán un daño a largo plazo a sus finanzas públicas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) considera que la deuda pública promedio de los países más ricos del G-20 excederá 100% de su PIB en 2014, por encima de 70% en 2000 y 40% en 1980.
Los empleados bancarios también han sufrido. La percepción popular de que los banqueros son unos sociópatas que conducen Porsches oscurece el hecho de que gran parte del personal de la industria recibe sueldos modestos y labora en sucursales, departamentos de tecnología de la información y centros de llamadas. Las pérdidas de trabajo en la industria han sido terribles. La expresión: “Ya estuvo”, que solía decirse a alguien cuando recibía su bono anual, ahora significa que ha sido despedido. Las firmas de servicios financieros de Estados Unidos (EU) han reducido casi medio millón de empleos desde el pico de diciembre de 2006, más de la mitad durante los siete meses pasados. Muchos, de manera permanente.
Y falta mucho para que el sufrimiento termine. La contracción crediticia ha sido ocasionada por una serie de múltiples crisis que comenzaron con las hipotecas subprime de EU y se propagaron de manera gradual hacia otros activos financieros y geografías. Hay ciertas luces de optimismo en el sector de las inversiones bancarias, donde las operaciones se han reducido de manera feroz y la exposición crediticia a la economía real es más limitada. Pero la mayoría de los bancos están a la espera de más desastres, conforme empresas y consumidores caen en una espiral de falta de pagos. En su último Informe de estabilidad financiera global, el FMI prevé que la factura total que pagarán las instituciones financieras será de más de 4 billones de dólares.
Cuando aún falta que corra mucha tinta roja, puede parecer prematuro preguntar, como lo hace este informe, cuál podría ser el futuro de la banca. Después de todo, para la mayoría de las industrias, un fracaso de esta magnitud significaría la destrucción.
Los bancos son notoriamente diferentes. El acontecimiento más sísmico de la crisis hasta el momento, la bancarrota de Lehman Brothers en septiembre pasado, evidenció los costos de permitir el colapso de una gran institución financiera. La confianza se evaporó y el crédito dejó de fluir. “Octubre fue el peor momento de mi carrera”, recuerda Gordon Nixon, director del Banco Real de Canadá (RBC, por sus siglas en inglés). “Existía la posibilidad que todo el sistema bancario global se hundiera.”
Desde entonces, las acciones concertadas por los gobiernos, primero como inyecciones de capital y garantías de responsabilidad, y de manera más reciente con esquemas para adquirir o garantizar créditos, denotan su decisión de estabilizar y sanear sus grandes bancos.
Aparte de lo político, el compromiso de los gobiernos de defender sus sistemas bancarios libera a las grandes instituciones de una amenaza existencial (o, con mayor precisión, la transfiere a los prestatarios soberanos). Los directivos bancarios han aprendido a no pronunciarse con demasiada seguridad sobre el futuro. Si las predicciones de pérdidas del FMI resultan exactas, hay aún poco capital en el sistema. Pero muchos piensan que la posibilidad de otra explosión estilo Lehman ha sido reducida casi por completo.
Hay todavía enorme incertidumbre sobre la naturaleza y magnitud del apoyo que los gobiernos ofrecerán a sus bancos. Sin embargo, los gobiernos están ahora profundamente integrados en los sistemas bancarios: garantizan más depósitos de cuentahabientes que antes de la crisis; avalan emisiones de deuda nueva; poseen acciones preferentes en muchos bancos, acciones ordinarias otros, y están dispuestos a inyectar capital en algunos. Los bancos que aún no han recibido fondos gubernamentales se benefician de su presencia estabilizadora. “Existimos gracias a la generosidad del gobierno”, dice un directivo bancario.
El arte olvidado
Asegurado el apoyo gubernamental y con pérdidas un tanto más predecibles, los grandes bancos comienzan a levantar poco a poco la cabeza. Las reuniones de inversionistas han sido dominadas durante los 18 meses anteriores por discusiones sobre los balances de los bancos y, en particular, la cantidad de capital que los bancos tenían. “Esta es mi primera experiencia del juego de ingresos trimestrales donde nadie se ha preocupado por los ingresos”, dice Roberto Kelly, director del Banco Mellon de Nueva York.
Esto está cambiando. Incluso las mayores víctimas de la crisis esperan volver a producir dividendos este año. Puede ser irritante contemplar cómo los rendimientos se acumulan de nuevo en los bancos, pero el resto de nosotros los requerimos para ganar dinero. Así como la perspectiva de pérdidas continuas ha desalentado la entrada de capital privado en el sistema, la posibilidad de futuras ganancias atraerá a inversionistas para sustituir el apoyo de los gobiernos.
El futuro parece diferente para diversos tipos de bancos. Para los más pequeños que salieron del amparo protector del Estado, o han diversificado poco sus portafolios crediticios, la perspectiva es más sombría. Los bancos regionales de EU, y las cajas de ahorro españolas, estarán bajo fuerte presión conforme se deterioran las carteras de propiedades comerciales. Mike Poulos, de la consultora Oliver Wyman, cree que el número de bancos en EU, que en la actualidad es de casi 8 mil, se desplomará a poco más de 2 mil a consecuencia de la crisis.
En muchos mercados emergentes los bancos padecerán a medida que el clima económico se deteriore, pero necesitan menos apalancamiento. Hay también menos necesidad de cambios regulatorios. Por ejemplo, los bancos asiáticos mantuvieron bajo control su exposición a los flujos de financiamiento transfronterizos, a diferencia de los bancos europeos. La dimensión de los cambios estructurales que enfrentan estas instituciones es relativamente limitada.
Pero para los bancos que están en el centro de la crisis, los nombres conocidos de las finanzas occidentales, el panorama es diferente. Su futuro es lo bastante seguro para poder hacer planes más allá de la sobrevivencia. Sus fracasos han sido lo bastante grandes para saber que todo lo que hacen, desde la forma en que manejan sus balances hasta el mecanismo con que pagan a sus gerentes, tiene que cambiar. Pero para saber lo que la nueva normalidad será para los bancos, la primera pregunta que debe formularse es qué tan rápido y bajo qué términos los gobiernos se desengancharán de la industria.
Fuente: Economist Intelligence Unit

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