Samuel García - El Sol de México
El aumento recurrente del salario mínimo parece una tortuga, que avanza paso a paso hacia una meta justa. Pero mientras ese incremento acumula velocidad, la productividad de la economía -la liebre que debería correr al ritmo de los salarios- continúa rezagada, incapaz de sostener ese empuje.
Desde 2018, el salario mínimo pasó de 88.36 a 315.04 pesos diarios con el ajuste anunciado para 2026, un aumento nominal acumulado de alrededor de 256%. Aun descontando la inflación, se trata de uno de los mayores incrementos reales desde la época del “desarrollo estabilizador”. El salto ha dado un alivio tangible a quienes ganan lo mínimo y marca una reivindicación de la política salarial tras años de rezago.
Sin embargo, ese nuevo piso salarial trae importantes efectos colaterales. El subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath, advirtió que acercar demasiado el salario mínimo al salario medio podría generar tensiones inflacionarias, sobre todo en sectores de servicios cuya estructura de precios es sensible al costo laboral. En su opinión, los aumentos al mínimo podrían convertirse en un factor de presión para la inflación subyacente, complicando la -ya de por sí difícil- tarea de Banxico de alcanzar su meta de 3%.
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