Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto - Expreso
Uno de los peores vicios del viejo sistema priista, que se enraizó en el sistema político mexicano, es sin duda la simulación. Representar algo, fingiendo o imitando lo que no es, es una práctica que ha sido llevada al paroxismo por los políticos nacionales de todos los signos políticos: simular que son honestos mientras se roban los recursos públicos; aparentar que cumplen con la ley aunque vivan en la ilegalidad; mostrar públicamente una cara bondadosa aunque en privado sean prepotentes y grotescos, son formas que definen a muchos de los actores públicos de nuestro país.
Para desgracia de los mexicanos, la simulación que durante 75 años practicaron los priistas no se terminó con la caída de ese régimen ni con la alternancia política. Los panistas, en sus 12 años de gobernar a la República, aprendieron también el arte de simular lo mismo un “cambio de régimen” que nunca ocurrió, que una honestidad que terminó manchada de corrupción azul y la creación de una nueva casta de funcionarios que vivieron del privilegio y se enriquecieron en los cargos públicos.
Y entonces apareció en la escena López Obrador, primero con la izquierda perredista y luego con su propio partido, Morena, prometiéndoles a los mexicanos que ellos serían diferentes, que no iban a “mentir, ni a robar, ni a traicionar”, y los ingenuos electores de este país, ávidos siempre de un caudillo o un líder carismático que les resuelva sus problemas, compraron las promesas de un estilo de gobernar distinto al que habían practicado, con diferentes discursos pero con los mismos vicios y prácticas indebidas, el PRI y el PAN.
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