León Bendesky - Periódico La Jornada
Cuenta la anécdota que cuando un ansioso joven inversionista preguntó al famoso banquero J. P. Morgan cuál era su pronóstico del movimiento del mercado financiero, Morgan lo miró de lado, se frotó el bigote con la mano y respondió: “Va a fluctuar, joven amigo. Va a fluctuar”. Esta es una apreciación exacta, la más cercana a una opinión “técnica”. Nadie puede predecir y mucho menos atinar el momento en que las diversas tendencias que confluyen en las decisiones que se toman en los mercados provocarán una caída de la magnitud de la ocurrida el pasado lunes 5 de agosto, con las consiguientes dislocaciones en los flujos de dinero y de capitales y en la valuación de las inversiones.
Una vez que los operadores del mercado deciden vender ante la expectativa de una caída, esas decisiones se replican en un afán de salir antes de que se agranden las pérdidas; esto se conoce como “efecto de manada”, o bien como la consecuencia de los “espíritus animales”, según la célebre frase acuñada por Keynes. Una vez pasada la caída se despliegan las explicaciones de los analistas y los expertos financieros, en las que parece haber una lógica interna del porqué de la crisis, lógica esta que se manifiesta a toro pasado, como si todas las piezas del análisis se acomodaran igual que en un rompecabezas, y así se ofrece un relato para dar cuenta de lo ocurrido.
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