viernes, 12 de octubre de 2012

2050: QUÉ DIOS NOS TOME CONFESADOS

Víctor M. Toledo / La Jornada
En la primavera de 1998 este autor percibió por vez primera y en piel propia lo que hasta entonces había sido una construcción intelectual, un fenómeno socio-ambiental global detectado por la investigación científica: el cambio climático. Durante casi dos meses una espesa nube de humo cubrió la mayor parte del país. La nube comenzó en el sur y sureste del territorio y se fue expandiendo lentamente hasta alcanzar la frontera con Estados Unidos. Ese fue el año más seco y cálido de los registrados, y tuvo como principal efecto una sucesión de incendios forestales que arrasaron millones de hectáreas de selvas y bosques en Brasil, Centroamérica, Indonesia, Canadá y México y generaron una gigantesca capa de humo. Los habitantes de los países afectados estuvimos cerca de vivir una tragedia. Si esas condiciones se hubieran extendido más días, se hubiera generado una atmósfera irrespirable, provocando la muerte masiva. Unos años después, en 2003, experimentamos una segunda casualidad, esta vez en España. Ese año una inusitada canícula estableció récords nunca vistos en los termómetros de Francia, Portugal, España, Alemania, Bélgica e Inglaterra. En Córdoba y Sevilla las temperaturas alcanzaron 45, 50 y hasta 55 grados centígrados durante agosto. El saldo en muertes por el calor se calcula entre 20 mil y 30 mil, una estadística muy poco publicitada.

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