Como en un bucle fatal, el recorrido de la democracia está
representado en un pequeño país como Grecia. Allí tuvo su origen la democracia
y en ese mismo lugar descubrimos ahora el sueño sobre el que se montaba ese
sistema político: que éramos dueños de nuestro propio destino. Lo cuenta,
pesimista, Fernando Vallespín en su último libro (La mentira os hará libres,
Galaxia Gutenberg): los políticos ya no representan a los ciudadanos y se
limitan a administrar los imperativos, casi siempre técnicos, de un sistema
económico sobre el que han perdido la capacidad de iniciativa.
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