La presidenta brasileña acusa a la candidata de vaguedad en sus propuestas y ésta le reprocha la mala marcha de la economía
Antonio Jiménez Barca/
São Paulo / El País
La regla de oro del segundo debate televisado de las elecciones
presidenciales brasileña estaba clara: cualquier candidato podía
preguntar, de primeras, a cualquier otro candidato. Le tocó el primer
turno a la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), que no dudó y eligió el blanco: la candidata Marina Silva, la reina reciente de las encuestas, la aspirante inesperada de los socialistas brasileños después de que en un accidente de avión muriera el pasado 13 de agosto
el líder del Partido Socialista Brasileño, Eduardo Campos. Y la
presidenta disparó: “¿Cómo se las va arreglar para conseguir todo el
dinero que necesita para cumplir todas las promesas que está haciendo?”.
La candidata Silva respondió con vaguedades, sin cifras (“haremos las
elecciones debidas, no elegiremos mal”). Y Rousseff contraatacó
machacando en el mismo lado: “Usted habla y habla pero no responde”.
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