El Gobierno alemán ignora las recomendaciones de Bruselas, FMI, OCDE, G-20 y BCE
Claudi Pérez /
Bruselas / El País
La economía va más allá de la doctrina
científica; es una filosofía política, casi una fe laica. En Alemania
esa fe está basada en dos dogmas, austeridad y competitividad, grabados
en cobre en su constitución o en el quehacer de sus cuerpos de élite:
desde los académicos hasta los capitanes de industria pasando por los
altos funcionarios. No hay muchos keynesianos (partidarios de los
estímulos cuando la economía desfallece) en las instituciones
internacionales, pero hace meses que todas ellas —todas— coinciden en su
diagnóstico respecto a Alemania: su escasa inversión pública y privada
(reflejada en un superávit comercial excesivo) es alarmante; debe
invertir más, por su propio interés y por el bien de una recuperación
europea que empieza a crujir. Pero Berlín desoye olímpicamente los
continuos llamamientos a acometer planes de inversión que llegan desde
la Comisión, el FMI, la OCDE, el G-20 e incluso el BCE.
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