León Bendesky/ La Jornada
Desde hace muchos años
Pemex no ha sido un buen negocio para los mexicanos. Tampoco ha sido un
factor decisivo del crecimiento de la economía. Por estar en un lugar
clave como el de la energía debió ser un pivote del desarrollo y no lo
fue. En cambio fungió como una bisagra muy útil del poder político y del
control sindical. Su gestión administrativa estuvo plagada de
desaciertos y sospechas, sin que ninguno de los innumerables
responsables rindiera cuenta alguna. Sobre todo cumplió con ser una
fuente prácticamente inagotable de recursos públicos por las enormes
transferencias que de modo permanente hacía al gobierno. Su capacidad
posible en materia técnica y financiera para ser una gran empresa
petrolera no se materializó.
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