Víctor M. Toledo / La Jornada
Los espacios del mundo
se han convertido en un ajedrez surrealista; en un tablero de zonas
negras y blancas de tamaño irregular, que resultan de miles de pequeñas
batallas locales y regionales. Las áreas negras son los territorios
donde han terminado por dominar los proyectos de muerte, las zonas
devastadas social y ambientalmente por la extracción petrolera y la
minería a cielo abierto, las supercarreteras, las costas afectadas por
las factorías piscícolas o los megaproyectos turísticos, los extensos
campos de golf, los mares sobrexplotados o contaminados por petróleo o
por venenos agrícolas, y por supuesto los gigantescos monocultivos para
la producción de cereales, carne o biocombustibles. En Sudamérica se ha
formado el mayor hoyo negro de la historia natural del planeta: 40
millones de hectáreas donde cualquier rastro de la diversidad de la vida
se ha abolido y sustituido por una sola especie: soya transgénica,
vendida por las empresas biotecnológicas y puntualmente rociada de
venenos químicos por aviones de todo tipo*. En conjunto, los proyectos
de muerte han logrado romper dos récords Guiness: se ha alcanzado la
mayor inequidad social de la historia, y se ha arribado al mayor
deterioro ecológico del planeta de que se tenga registro*.
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