Adolfo Sánchez Rebolledo / La Jornada
Cuando la marea
futbolística descienda a su nivel nos encontraremos, otra vez, en ese
claroscuro del país que no acaba de definirse. Más allá de los brillos
mediáticos, del melodrama nacional en pos de la pelota, de la gloria
alcanzada gracias a las habilidades reconocibles de los jóvenes
deportistas y su nueva mentalidad, el Cielito lindo no será
suficiente para marcar el derrotero del día después. Los aficionados
regresaremos sin más a la triste condición de ciudadanos incompletos,
aturdidos entre el ruido ensordecedor del reformismo ciego y el
estancamiento secular hecho costumbre, rutina mental. Brasil quedará muy
lejos y con él la ilusión de ser un poco más felices.
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