lunes, 24 de diciembre de 2012

LA ESCUELA NACIONAL DE PISTOLEROS

Aprendemos a disparar en la Asociación del Rifle en EEUU en pleno debate sobre la limitación de armas. Los alumnos contestan sin dudar a la pregunta: ¿Puedo matar a un hombre?
Yolanda Monge / El País
El sonido es tan brutal que, incluso con cascos protectores, la sorpresa hace que se retroceda y se yerre el tiro. Un disparo es impactante. Decenas de ellos a la vez, sobrecogen. Cuando la cantidad se acerca a centenares, el cuerpo ya se ha acostumbrado, se relaja y se empieza a sentir —ajeno al estruendo— la inmensa sensación de poder que genera un arma de fuego en las manos. Rellenar el cargador de balas, introducirlo en la culata y disparar. Repetir una y otra vez la operación. Enfrente, un blanco inmóvil cosido a balazos, repartidos por toda la extensión del papel. Cuanto más experto se es, más concentradas están las balas en torno al punto vital, el corazón.

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