El patrón
de la crisis, que pagamos los ciudadanos, se repite: un conjunto de agentes
económicos
se endeuda al límite, maximiza beneficios y lo que después se
demuestre inviable ya será un problema político
Emilio Trigueros / El País
Haré las reformas necesarias me cueste lo que me cueste. Haré lo que
tenga que hacer aunque sea lo contrario de lo que dije. En tiempo de crisis hay
que recortar; es lo que hay que hacer”. Desde mayo de 2010, llevamos asistiendo
30 meses, entre atónitos, indignados y hastiados, a un hilo continuo de
declaraciones de los máximos responsables del país, con un claro mensaje conductor:
no hay más remedio. El martilleo de solemnes declaraciones posibilistas nos
recorta subliminalmente el derecho a pensar y entender, a discutir respuestas
de fondo a preguntas fundamentales. Si era un proceso tan insostenible ¿cómo
afluía a espuertas el dinero del boomeconómico? ¿A
tapar qué agujeros va ahora destinado el dinero del rescate bancario?
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