Antonio Caño- Washington-El País
A los pocos días de su victoria electoral de 2008, Barack
Obama se vio envuelto en el delicado asunto de escoger un perro para la primera
familia. “Nuestra preferencia es adoptar uno de un albergue, donde la mayoría
son chuchos como yo”, dijo, compartiendo con el público su dilema y su
confusión racial. Después acabó prefiriendo un elegante perro de agua
portugués, pero la expresión quedó ahí, como una definición improvisada y audaz
del nuevo inquilino del Despacho Oval. Hijo de un africano y de una norteamericana
con sangre irlandesa, criado junto a un padrastro indonesio y crecido en el
heterogéneo Hawai, el presidente, un “chucho”, era la representación perfecta
de la sociedad que se disponía a gobernar.
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