Salvador García Soto / 24 Horas
Una semana en Brasil bastó para que el Papa Francisco, en su primera
visita internacional, confirmara al mundo que lo suyo, más que un
discurso de moda o una pose ocasional, es un mensaje y un proyecto que
busca una auténtica revolución en la iglesia de Roma. Llegar a una
favela y decirles a los pobres que luchen “porque las cosas pueden
cambiar”, tomar posición pública contra las drogas en territorios
dominados por el narcotráfico, rechazar la desigualdad social como sino
irremediable para gran parte de la humanidad y llamar a los jóvenes a
ser “revolucionarios” es, con mucho, una posición que rompe con parte
del histórico conservadurismo católico y plantea un cambio de fondo en
esta iglesia.
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