Luis Linares Zapata / La Jornada
La crisis global de
2008 tuvo una consecuencia tan inevitable como visible: llevó las
contradicciones inherentes al modelo en boga a sus extremos más ríspidos
y dañinos para las mayorías. Las desigualdades, consecuencia implícita y
consciente de su accionar, además de crecer en desmesura, se han
tornado dramáticas a simple vista. Grandes segmentos de la población
mundial han sido afectados en su bienestar y sobre todo en sus
expectativas de futuro. La narrativa que envolvía los propósitos
modélicos va quedando expuesta y ya muestra, sin tapujos, las falsedades
que la sostienen. Las versiones emanadas desde las cúspides decisorias
ya no son creíbles ni siquiera en sus partes más incipientes. La
precariedad es masiva, está ahí, llena de andrajos (ver el último
reporte de Coneval). Además, sigue una trayectoria al deterioro
indetenible. La legislación laboral (reforma) recién estrenada en varias
partes del mundo está diseñada para profundizar sus rasgos más
hirientes, más rasposos para la sobrevivencia y la dignidad.
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