José Ignacio Torreblanca / El País
La crisis ha provocado
en la ciudadanía una extensión de la desafección hacia la política. Esa desafección
no cuestiona el sistema democrático, pero sí la capacidad de lograr que su
salida se produzca de una manera rápida y cohesionada. Superar esta desafección
es fundamental. Para ello es preciso entender que las causas de la crisis son
tanto globales como europeas y nacionales: en cada uno de esos ámbitos, los
errores y omisiones alimentan el malestar democrático y la desafección
ciudadana. Por un lado, la ciudadanía percibe que, a pesar de haberse generado
en el sector financiero, los costes de la crisis se están repartiendo de forma
inequitativa entre países, grupos sociales y actores económicos. Por otro,
observa que la Unión Europea, que desde la instauración de la democracia ha
sido un aliado estratégico a la hora de llevar a cabo reformas que incrementaran
el bienestar y la cohesión social, está funcionando de forma sesgada y poco
democrática. Por último, la ciudadanía también aprecia nítidamente hasta qué
punto el sistema político español, seriamente dañado, se ha convertido en un
elemento agravante de la crisis.
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