Miguel Concha / La Jornada
Daniel, un niño
rarámuri, apenas sonríe y nos mira con temor a quienes nos acercamos.
Sin duda teme a los desconocidos, a quienes no está acostumbrado a ver.
En su comunidad no conocía a los chabochis o mestizos. En la
Sierra Tarahumara algunos cientos de niños son atendidos de anemia cada
año. Daniel es uno de ellos. No es extraño que esto allí pase, pero
ocurre lo mismo en otros pueblos indígenas, campesinos, y en los barrios
o zonas perdidas de las ciudades. Se trata de la pobreza que mata a la
niñez de anemia o gastritis, y que mantiene a las familias en la
desesperanza. Lo que nos obliga a reflexionar desde una perspectiva de
derechos humanos. ¿Hay 59.13 millones de personas viviendo como pobres
en México? La respuesta es sí. Así lo difundió, mediante la reciente
investigación
Clases medias en México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Los resultados obtenidos muestran que 42.4 por ciento de los hogares, donde vive el 39.2 por ciento de la población, son de clase media. Por otra parte, 2.5 por ciento de los hogares son de clase alta, y viven en ellos 1.7 por ciento de la población. Mientras que en el otro lado del espectro social se tiene al 55.1 por ciento de los hogares, en los que desarrolla su vida el 59.1 por ciento de la población. Esta medición de la pobreza, realizada con otra metodología, arroja datos que difieren de los que habían sido presentados hasta ahora como oficiales. La intención del Inegi consistió en resaltar que en la década que concluyó en 2010 la clase media ascendió cuatro puntos porcentuales. Al ofrecer esta noticia, se dio relieve al crecimiento económico, e incluso a la estabilidad macroeconómica lograda en los dos sexenios pasados.
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