Gabriel Elorriaga Pisarik / El País
Que nadie se deje
confundir por el título que encabeza este artículo: los impuestos sirven para
recaudar. Esa es su razón de ser, el sentido básico de su existencia. Pero,
dando por sentada esta finalidad obvia, a los impuestos se les han encomendado
a lo largo del tiempo otras funciones, objetivos políticos que tratan de
justificar o de configurar algunas figuras tributarias. Se establecen impuestos
que pretenden, además, proteger la salud de los ciudadanos, cuidar del medio
ambiente o redistribuir la renta… El problema surge cuando estos objetivos
entran en conflicto entre sí, cosa que ocurre casi siempre. Por poner un
ejemplo muy simple: si el legislador realmente quisiera que los ciudadanos
dejasen de fumar podría elevar el impuesto sobre el tabaco hasta convertir ése
hábito en un lujo inaccesible para la mayoría, pero entonces el Estado perdería
la recaudación y, posiblemente, crecería el contrabando.
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