El
aumento en el precio del transporte fue la brecha por la que se coló el
profundo descontento que vive la sociedad brasileña. En apenas dos semanas las
movilizaciones se multiplicaron: de 5 mil los primeros días a más de un millón
en cien ciudades. La desigualdad, la falta de participación y la represión son
los grandes temas.
Los
abucheos y rechiflas dieron la vuelta al mundo. Dilma Rousseff no se inmutó,
pero sus facciones denotaban incomodidad. Joseph Blatter sintió la reprobación
como algo personal y se despachó con una crítica a la afición brasileña por su
falta de fair play. Que la presidenta de Brasil y el mandamás de la
FIFA, una de las instituciones más corruptas del mundo, fueran desairados por
decenas de miles de aficionados de clase media y media alta, porque los
sectores populares ya no pueden acceder a estos espectáculos, refleja el hondo
malestar que atraviesa a la sociedad brasileña.
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