Francisco G. Basterra / El País
Han pasado ya 50 años
desde el Ich bin ein Berliner, soy un
berlinés, pronunciado por John F. Kennedy, en plena guerra fría, ante el
ayuntamiento de Berlín, y un cuarto de siglo desde que Reagan pidiera en la
Puerta de Brandenburgo a Gorbachov que derribara el Muro. Esta semana, Barack
Obama, el presidente de unos EE UU ya no hegemónicos para dictar un nuevo orden
mundial, que toman a préstamo 40 céntimos de cada dólar que gastan, agotados
por sus guerra exteriores, que ven desconcertados el ascenso de otras
potencias, ha acudido al corazón de la Europa en recesión ensimismada en una
crisis cronificada que no resuelven sus líderes, mientras los ciudadanos dan la
espalda a una historia de éxito: el proyecto político más importante de los
últimos 60 años.
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