- Durante años las drogas han entrado a Estados Unidos por la frontera con México, subrepticiamente y con la cooperación de agentes aduanales y de migración.
Raymindo Riva Palacio - El Financiero
Washington, la capital de Estados Unidos, se divide en cuatro grandes zonas, noroeste y suroeste, noreste y sureste. El noroeste es donde se concentra la principal actividad de la ciudad federal –que habitan mayoritariamente funcionarios, burócratas, legisladores, diplomáticos, cabilderos, consultoras, periodistas y espías– y donde están sus grandes zonas residenciales –como Foxhall y Georgetown–. El sureste es lo contrario, sobre todo en una zona cerca de los límites con Maryland, que se llama Anacostia. Ahí hay barrios donde no se atreve a entrar la policía, y durante mucho tiempo ha existido un acuerdo no escrito entre la autoridad local y los criminales: a cambio de mantener el noroeste libre de delitos, Anacostia era de ellos, para todo su negocio de narcomenudeo.
Por lustros, el narcotráfico ha sido utilizado en Estados Unidos como una herramienta política y para control social. Durante la guerra de Vietnam, el Pentágono le daba drogas sintéticas a los soldados para incrementar su valentía, lo que colateralmente les produjo menos traumas de combate y mayor violencia que llegó a terminar en masacres de civiles. Las drogas viajaron a Estados Unidos, donde ayudaron a que en los turbulentos finales de los 60 ayudara a mitigar las protestas contra la guerra. Cuando peleaban contra Cuba y Rusia en Nicaragua, dejaron que los cárteles mexicanos introdujeran drogas a esa nación, a cambio de transportar armas para la contra antisandinista.
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