La idea de que las finanzas dominan a los gobiernos lleva a desistir de participar, pero el voto es lo que puede cambiar las políticas
Enric Company / El País
La sociedad española lleva cuatro años, desde el giro de 180
grados dado por el presidente Rodríguez Zapatero a su política económica en
mayo de 2010, acatando a regañadientes la capacidad de la Unión Europea (UE),
junto con otros entes internacionales, la imposición de una política económica
contraria a los programas electorales y de gobierno surgidos de las urnas. No
le ha ocurrido solo a España. La Comisión Europea de Durao Barroso y su
comisario de Economía Oli Rhen, dos neoliberales, ha podido imponer estas
políticas gracias a la mayoría liberal-conservadora existente en el Parlamento
Europeo. Pues bien, paradoja de las paradojas, ahora que los ciudadanos de este
maltratado sur de la UE tienen la oportunidad democrática de rechazar al
conglomerado conservador dejándole en minoría en el Parlamento Europeo, todo
indica que prefieren abstenerse en una proporción más elevada que nunca,
superior al 50%. Batir su record negativo y votar menos que nunca. Eso es lo
que dicen los sondeos a una semana de la cita en las urnas.
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