- El gobernador del Banco de México afirma que la aplicación de los cambios legales impulsados por el Gobierno es clave para desatascar una economía que no acaba de despegar
El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens (Ciudad
de México, 1958), se siente cómodo con las grandes cifras. Bajo su mandato, la
inflación, las reservas o los tipos de interés, es decir, los habituales de las
grandes crisis americanas, han mostrado una docilidad envidiable. Esta
disciplina, muy del agrado del FMI, le ha ganado respeto internacional. Pero la fórmula no ha logrado acabar
con la desaceleración, el demonio que persigue a México. El PIB se arrastra por los suelos.
El año pasado el gigante americano sólo creció al 1,1%, y para 2014 Carstens ha
tenido que recortar su previsión ante los malos resultados del primer
trimestre. En un país con 52 millones de pobres y un 60% de la población activa
trabajando sin seguridad social ni derecho a pensión, la necesidad de situar el
crecimiento en el 5% es crucial. Carstens lo sabe y responde a este reto fiando
la recuperación a las reformas estructurales emprendidas por el presidente, Enrique Peña Nieto. “Es de vital importancia que progresen y se implementen”,
afirma el gobernador desde el despacho noble de la quinta planta del Banco de
México, donde recibe a EL PAÍS. En diciembre de 2015, acaba su mandato y es un
secreto a voces que es uno de los aspirantes a la dirección del FMI. Carstens
elude la cuestión.
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