León Krauze - El Universal
Desde mediados del siglo veinte, la historia política de Estados Unidos ha estado marcada por la celebración de debates en distintos formatos entre los candidatos a la nominación de los partidos y, después, a la presidencia (y la vicepresidencia). En esa historia con seis décadas de tradición hay lecciones para responder la pregunta más apetitosa. ¿Cómo se gana un debate presidencial? Algunas conclusiones, que sirven para entender el debate de ayer.
1.- Un debate se gana mostrando afabilidad y simpatía. Para bien o para mal, los debates presidenciales son ejercicios televisados. En 1960, un John F. Kennedy seguro de sí mismo barrió con Richard Nixon, malencarado y sudoroso. En el 2000, George W. Bush superó a Al Gore cuando el vicepresidente demócrata de Bill Clinton pensó que era una buena idea suspirar exasperado, con una pedantería evidente, a cada oportunidad. Es de Perogrullo, pero vale la pena subrayarlo: nadie vota por un manojo de nervios antipático.
2.- Un debate se gana mostrando un manejo esencial de la realidad. En 1976, el presidente Gerald Ford aseguró: “no hay ni habrá dominio soviético de Europa del Este durante una administración Ford”. Max Frankel, uno de los moderadores, no lo dejó ir. “Perdone, ¿qué?”, le respondió. “¿Le he entendido decir, señor, que los rusos no están utilizando Europa del Este como su propia esfera de influencia al ocupar la mayoría de los países allí y asegurarse con sus tropas de que es una zona comunista?” Ford perdió la elección.
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