- Retirada de un cartel de reclutamiento del Grupo Wagner, el sábado en San Petersburgo.
¿Metáfora, augurio? ¿Copia el arte a la realidad? En El ocaso de los dioses, Richard Wagner musica un anillo labrado con oro robado que acarrea la muerte del protagonista y la destrucción del paraíso.
Los hechos son campanudos para Vladímir Putin. Políticamente, que una de sus facciones —mercenaria— se cierna sobre su capital con tanques y metralletas es un golpe de Estado agravado: por la icónica solemnidad de la marcha.
Los detalles cuentan. Fue interrumpido a (poco) fuego, muchas trincheras, la capital cerrada, su sagrario (la plaza Roja) aún clandestinizado... y recurriendo a otro impostor subvencionado, el bielorruso, para lograr la mediación con el insurgente. La distancia entre los sublevados de la división Wagner y Moscú llegó a ser mínima, quizá 400 kilómetros. Menos que el trayecto Barcelona-Madrid. Mucho menos aún en términos rusos: entre Rostov y el confín de Vladivostok median 6.795 kilómetros, cinco veces más que entre La Jonquera y Ayamonte.
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