Jorge Zepeda Patterson - Diario de Yucatán
Esta semana hemos tenido a un presidente más beligerante de lo usual. Muy probablemente será el tono que predominará el resto del sexenio. Andrés Manuel López Obrador entendió desde su primer día en Palacio Nacional que si su proyecto de cambio iba a tener alguna oportunidad de éxito necesitaba ser transexenal. Un solo período dejaría inconclusa a la Cuarta Transformación. En consecuencia, a lo largo de su gestión no solo ha sido presidente sino también candidato en campaña. Desde luego, su intención primaria consistió en mantener altos niveles de aprobación popular, para compensar la resistencia de los grupos de poder a su proyecto de cambio, y eso lo consiguió en buena medida gracias a su verbo encendido, a ratos pendenciero. Muchas de las expectativas de quienes lo apoyan no se han cumplido, por distintas razones, pero los humildes, que son la mayoría en este país, siguen asumiendo que por fin hay una persona en la silla presidencial que habla en nombre de ellos. De allí la importancia de la polarización empujada desde las mañaneras, la visión del mundo entre buenos y malos, la construcción de villanos públicos. Frente a la “perversidad” de sus adversarios, AMLO recurre a la astucia de barrio. Y hasta ahora ha funcionado.
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