Paul Krugman / El País
Como muchos observadores, leo a menudo los informes sobre los
tejemanejes políticos con una especie de cansado cinismo. Sin embargo, de
cuando en cuando, los políticos hacen algo tan erróneo, fundamentalmente y
moralmente, que el cinismo no basta para combatirlo; en vez de eso llega la
hora de enfadarse muchísimo. Es lo que sucede con la fea y destructiva batalla
contra los cupones para alimentos. El programa de cupones —que hoy en día
utiliza en realidad tarjetas de débito y se conoce oficialmente como Programa
de Ayuda Nutricional Suplementaria— intenta ofrecer una ayuda pequeña, pero
crucial, a las familias necesitadas. Y está meridianamente claro que la inmensa
mayoría de los receptores de los cupones para alimentos realmente necesitan esa
ayuda y que el programa tiene muchísimo éxito en la reducción de la
“inseguridad alimentaria”, que hace que las familias pasen hambre al menos en
ocasiones.
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