Joaquín Estefanía / El País
El objetivo de la revolución conservadora que nació a principios de
los años ochenta era sustituir a Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt y
Juan XXIII como iconos del siglo XX, por Thatcher, Reagan y Juan Pablo II.
Roosevelt era el vencedor de la Gran Depresión con una política de regulación
de la economía y de protección social a los que se quedaban por el camino, molidos
por el sufrimiento, y tanto Churchill como él representaban los valores de los
aliados, triunfadores de la II Guerra Mundial. Juan XXIII había comenzado el aggiornamiento de la Iglesia
católica y puesto en funcionamiento ese oxímoron denominado “cristianismo de
rostro humano”.
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