Salvador García Soto / 24 Horas
Si Felipe Calderón entró al Congreso, para tomar posesión en 2006, en
medio de gritos, patadas y empujones, exactamente de la misma forma está
saliendo de su sexenio con una relación accidentada, rijosa,
antipolítica y de excesiva rudeza, con un poder al que mostró muy poco
respeto y más bien vilipendio y menosprecio, a pesar de su experiencia
parlamentaria. Más que negociar, Calderón se confrontó siempre con
diputados y senadores; más que operar políticamente y cabildear sus
iniciativas, trataba siempre de imponerlas con muy poca ayuda de su
partido, el PAN, que nunca actuó como la fuerza gobernante.
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