Felipe Ávila /III y última - Periódico La jornada
Carlos María Bustamante se opuso a la venta de Texas. Sus argumentos eran contundentes y premonitorios: México podría enajenar o ceder, imitando la conducta de Francia y la de España, terrenos improductivos que estuviesen en África o en Asia, ¿pero cómo puede prescindir de su propio suelo, dejar a una potencia rival que se coloque ventajosamente en el riñón de sus estados, que mutile a unos y quede flanqueando a todos? ¿Cómo se pueden enajenar 250 leguas de costa, dejando en ellas los medios más vastos de construcción de buques, los canales más abreviados de comercio y navegación, los terrenos más fértiles, y los elementos más copiosos de ataque y de defensa? ¡Ah! Si México consintiera esta vileza, se degradaría de la clase más elevada de las potencias americanas, a una medianía despreciable que lo dejaría en la necesidad de comprar una existencia precaria a costa de humillaciones; debería en el acto de ceder a Tejas, renunciar a la pretensión de tener una industria propia con que mantener y enriquecer a sus 7 millones de habitantes.
El plan para apoderarse de Texas estaba en marcha. Los miles de colonos anglosajones se negaron a pagar impuestos, no aceptaron tropas mexicanas en la frontera, despreciaron las leyes mexicanas, destruyeron edificios públicos y armaron milicias propias. Llegaron cada vez más soldados mercenarios y aventureros. En 1834 era inminente la sublevación de los colonos texanos, encabezados por Esteban Austin. Para detener el levantamiento, el presidente Antonio López de Santa Anna partió hacia la frontera al frente del Ejército Mexicano en noviembre de 1835. Sitió a los rebeldes en la fortaleza de El Álamo a fines de febrero de 1836. Los rebeldes resistieron. Recibieron la ayuda de miles de habitantes de los estados de la unión que acudieron en masa a defender a los tejanos. Incluso el presidente Andrew Jackson envió militares a auxiliarlos. El 2 de marzo, los representantes de Texas proclamaron su separación de México y su constitución como república libre, soberana e independiente. El sueño de Jefferson de llevar los límites de su país hasta el río Bravo se había cumplido. Faltaba la segunda parte, la ocupación del oeste hasta el Pacífico.
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