Samuel García / 24 Horas
Entre empresarios, académicos y observadores existe la idea
generalizada de que la reforma fiscal que planteó el gobierno y aprobó
el Congreso en noviembre pasado fue un fiasco.
Esta idea subyace porque se piensa -y no sin razón- que en términos
generales los costos para los ciudadanos, derivados de las nuevas
medidas fiscales aprobadas, son mucho más elevados que los beneficios
que obtendrán los propios ciudadanos en el mediano plazo. Un juego de
“perder-perder” para quienes en las últimas décadas no han visto una
retribución directa de los cambios en la política fiscal en su nivel de
bienestar; mientras que el gasto corriente del gobierno se ha elevado
fuertemente en la última década, sin control.
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