En la agenda del presidente chino no figuran las libertades ni la apertura política
Xulio Ríos / El País
No cabe duda de que China se apresta a un nuevo impulso reformista en lo
económico. Y como en anteriores episodios similares, parece diluirse la
esperanza de un contagio sustancial al ámbito político. Los más
reformistas consideran que sin la dimensión política, el cambio del
modelo de desarrollo y los ajustes estructurales en curso no
funcionarán. Se trataría de completar el abandono de la obsesión por el
crecimiento con el abandono de la obsesión por una estabilidad social
asentada en el autoritarismo. No obstante, la reforma se está planteando
como un bálsamo que todo lo puede resolver. Los sectores más
conservadores ponen límites al impulso y, admitiendo la necesidad de una
profunda mutación en lo económico, niegan la mayor. Una reforma que
afecte a cuestiones sistémicas centrales puede poner en peligro la
supervivencia y la hegemonía del PCCh.
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