Nicolás Sartorius / El País
I.
No me refiero con este título a ningún pasaje bíblico. Me ha surgido de
alguna neurona del cerebro ante la indignación que me produce comprobar la
inconmensurable cantidad de dinero que se esconde en los paraísos fiscales con
el fin de eludir el pago de los impuestos. En un reciente estudio de la Tax Justice Network se afirma que
la cifra de riqueza financiera privada que se oculta al fisco, en más de 80
“jurisdicciones secretas” alcanza, como mínimo, entre 21 y 32 billones de
dólares, es decir, más o menos el doble del PIB de EE UU. De esta ingente
cantidad, la mitad la manejan los 50 bancos privados más importantes del mundo
y, el resto, bancos más pequeños, compañías de seguros, sociedades de
inversión, hedge funds, etcétera. Dinero, en
unos casos de origen legal y, en otros, producto de los más variados tráficos
ilícitos —corrupción, drogas, armas, seres humanos, expolio de dictadores— que
se puedan imaginar. Los lugares donde este dinero se cobija fue revelado por la
OCDE en su “lista negra” del año 2000 y entre ellos se encuentran las Bermudas,
islas Caimán, Antigua, islas del Canal (Reino Unido), Mónaco, Gibraltar (Reino
Unido), Islas Vírgenes Británicas, Lichtenstein, Singapur, Hong Kong (véase Paraísos fiscales, de J. L.
Escario. Fundación Alternativas. Editorial Catarata). La cifra evadida es
gigantesca si tenemos en cuenta que en un estudio del Credit Suisse de 2011 se
evalúa el PIB mundial en 231 billones de dólares, lo que significa que el 10% o
1 de cada 10 dólares se encuentran en estos “paraísos”. Según el mismo informe
de la TJN, los elegidos, no se sabe por qué dios, para gozar de estos paraísos
no son más que 91.000 personas, el 0,001% de la población mundial, que
poseerían el 50% del total ocultado. Es fácil imaginar que si esa masa de dinero
tributase al tipo legal establecido en cada país de origen de los fondos, la
recaudación de los Estados alcanzaría cifras suficientes para financiar varios
planes marshallen distintas regiones del
globo y, en todo caso, varias veces lo dedicado a cooperación al desarrollo a
escala mundial. De aquí que lo que para una insignificante minoría es un
“paraíso” para la inmensa mayoría es el “infierno”. Pero ¿por qué llamamos
paraíso a lo que es una cueva de delincuentes? Según nuestro Código Penal
—similar al de otros países— todo aquel que defrauda a Hacienda por encima de
120.000 euros de cuota tributaria comete delito y debería estar en la cárcel.
Las prisiones, según esas cifras, deberían estar llenas de este tipo de
delincuentes y, no obstante, están vacías.
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