Por José Soto Galindo - El Economista
La cosa huele mal. El músculo multilateral está lastimado por el clima político, económico y bélico. Con ese escenario de fondo, las conversaciones para diseñar y aplicar el llamado impuesto mínimo global se han atorado y corren el riesgo de quedarse guardadas en el cajón de los buenos deseos mundiales. Como lleva años ocurriendo.
El impuesto mínimo global es un esfuerzo por regular la selva tributaria que permite a las corporaciones transnacionales elegir la jurisdicción más benévola y cruzar el pantano fiscal sin mancharse en el intento.
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