Arnaldo Córdova / La Jornada
El problema educativo
de México ha sido siempre y a lo largo de toda su historia una llaga
incurable que ha marcado nuestro destino. Ideas y proyectos fecundos
nunca nos han faltado; siempre tuvimos a alguien que hacía hincapié en
la imperiosa necesidad de educar al pueblo y sustraerlo de la barbarie
en la que se debatía. Ya Valentín Gómez Farías (1781-1858), uno de
nuestros más ilustres patricios, planteó la necesidad de que hubiera un
ministerio del Estado que se encargara de la educación popular. Él fundó
la Dirección General de Instrucción Pública y propuso el sistema
lancasteriano para desarrollarla.
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