Prudencio García / El País
Se dice que la ONU es débil, y es verdad. Lejos de constituir
un gobierno mundial, su carencia de facultades ejecutivas le impide convertir
sus resoluciones en órdenes de obligado cumplimiento, acompañadas de la
suficiente capacidad coercitiva que asegure su ejecución. El no disponer de un
poderoso aparato militar propio y permanente, sometido a sus órdenes directas,
que pudiera permitirle imponer por la fuerza, en caso necesario, el
cumplimiento de sus resoluciones, lleva consigo inevitablemente un cierto tipo
de debilidad. Pero no es una debilidad cualquiera: se trata de la digna
debilidad inherente a todo aquel cuya fuerza no es física sino jurídica y
moral. Y la fuerza jurídica y moral —según comprobamos una y otra vez— puede
verse atropellada por la ley del más fuerte, capaz de imponer su propia ley al
margen de la moral.
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