Luis Rubio - El Siglo de Torreón
Objetivos divergentes que pretenden resolver un problema común.
Quizá así se podría comenzar a
apreciar la complejidad inherente al
nuevo tratado de libre comercio de Norteamérica. Cada uno de los gobiernos involucrados tenía sus prioridades y el resultado es el nuevo T-MEC que se inauguró esta semana: como todo instrumento, éste tiene sus virtudes y sus defectos,
pero no es una panacea.
Según la vieja mitología griega, la panacea, nombrada así por la diosa de los
remedios universales, es una cura a todos
los males. El nuevo tratado comercial
ciertamente no es una panacea en el sentido griego, pero es, sin la menor duda, el
mejor acuerdo que era posible dada la coyuntura política. Y ese es el criterio relevante: las negociaciones entre países son
un reflejo tanto de los propósitos de las
partes involucradas como de la correlación de fuerzas del momento.
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