El destape de J. A. Meade, como candidato del PRI, se hizo cumpliendo la más añeja tradición del priísmo clásico: con la que se postuló a los hombres de la posguerra y a los que han sido llamados populistas; es decir, desde Ávila Camacho hasta López Portillo. Cumpliendo el ritual del presidencialismo priísta convencional, luego de anunciarse su renuncia a la Secretaría de Hacienda los sectores obrero, campesino y popular lo festejaron como su candidato. La respuesta de Meade a este respaldo fue háganme suyo, reconociendo que es completamente ajeno a ese partido. Esta situación se debe no sólo a su condición de no militante sino, y sobre todo, a que es ideológicamente contrario a la tradición priísta.
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