- Las alcaldías no tienen dinero suficiente para indemnizar a los agentes suspendidos
- Ciudades del norte del país se han quedado sin vigilancia
- “México está harto e indignado de atrocidades y barbaries como Iguala”
Gerardo Ramírez, comisario de Caborca, de 45 años, lleva bajo su
uniforme una camisa de vestir. Cada día abandona su oficina a las tres
de la tarde para ir a la universidad, donde cursa Derecho. Después de 22
años en la policía de esta ciudad en el desierto de Sonora (al noroeste
del país), Ramírez ha decidido estudiar para buscar nuevos horizontes.
“Para la sociedad, ser policía es lo peor que hay en México”, dice.
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